Arena de Tanaris, año 8 d.a.P.O.
En el foso de los gladiadores reinaba la agitación. Pequeños goblin verdes correteaban de acá para allá, abriendo las prisiones y sacando a los combatientes para prepararles. Tiraban de sus cadenas, les golpeaban con los garrotes si mostraban resistencia o realizaban movimientos peligrosos, les espetaban a gritos que se movieran. Las voces rápidas y chirriantes de los goblin combinaban a la perfección con el sonido de las puertas de las celdas, de bisagras duras y oxidadas.
- Tu, por aquí.
Cybill gruñó cuando tiraron de sus cadenas, separándola de su grupo. Buscó a sus compañeros con la vista. Tom el Grande la miraba de lejos con cierta expresión de preocupación, mientras los goblin la empujaban para que se abriera paso entre el personal. Los ojos azules y distantes de Halazzi, en cambio, estaban más cerca. A él también le estaban llevando a donde quiera que iban.
- Vamos, vamos. ¡Vamos!
Como siempre, había mucha prisa. Pero aquel día era especial. El espectáculo de la noche iba a contar con la asistencia de varios príncipes comerciantes, por lo que se habían organizado eventos más vistosos de lo habitual. Los sótanos de la Arena estaban invadidos por los médicos, los representantes, masajistas y afiladores, que revisaban tanto a los luchadores como las armas y los aparejos para que todo estuviera perfecto.
Después de atravesar las galerías de paredes blancas y ecos infinitos, Cybill se vio precipitada a través de una cortina roja al interior de un cuartucho de paredes encaladas en el que había dispuestos dos taburetes frente a dos mesitas llenas de vasijas y botes de cerámica. En un rincón, un baúl abierto vomitaba una enorme capa de piel anaranjada y un par de prendas negras que la joven no pudo identificar. Había velas y lámparas azuladas en abundancia, por lo que el pequeño recinto estaba sobradamente iluminado, en contraste con el resto del sótano.
- Sentaos - dijo una chica goblin que aguardaba en la habitación. Otra estaba disponiendo más frascos sobre la mesa.
Cybill obedeció, tras ser empujada por los garrotes de los truhanes. Colocó las muñecas encadenadas sobre el regazo, mirando con desconfianza a la criatura. El taburete a su izquierda crujió peligrosamente cuando el altísimo elfo hizo otro tanto.
- Bien - dijo la goblin que llevaba la voz cantante - Carolyne, ocúpate tú del orejas picudas. Yo me encargo de la tuerta.
Los guantes de goma repicaron al percutir sobre las manos de la goblin. Luego sonrió y se acercó a Cybill, que tragó saliva. Sin embargo, su miedo se disipó al instante cuando vio lo que estaban haciendo allí. El tacto frío del maquillaje sobre su rostro apenas le sorprendió. Cerró los ojos y dejó trabajar a la pielverde.
No les llevó mucho tiempo tener listos a los dos gladiadores. Cuando les indicaron que podían ponerse de pie, Cybill pensó en un espejo. Pero no había ninguno.
- Ya estáis preparados - dijo la tal Carolyne, limpiándose las manos en un trapo. - Dales los trajes.
La otra goblin sacó las prendas del baúl y dejó la capa de piel y otros ropajes peludos frente a Halazzi. A Cybill le arrojaron una suerte de corsé de cuero negro y un pantalón tan escuálido que más bien parecía ropa interior. Antes de que pudiera decir nada, sonaron las campanas y empezó a hacerse el silencio en el foso. En el exterior, resonó un cuerno penetrante. Cybill miró hacia arriba instintivamente. Las peleas estaban comenzando.
- Vámonos, Dilada - dijo Carolyne, saliendo del cuartito - vosotros, vestíos y estad preparados para Garbel. Sois las estrellas de su grupo.
- Y mucho cuidado con hacer alguna tontería - añadió la otra - Los truhanes van a quedarse en la puerta para vigilar que sois buenos chicos. ¡Hasta otra!
La cortina se agitó y Cybill emitió un suspiro hastiado, recogiendo el corsé del suelo.
- Esto es el colmo - farfulló a media voz - Además tengo que vestirme como una puta. Muy bien - añadió, con tono venenoso - entonces seré la más zorra. Si quieren espectáculo, se lo voy a dar.
Prácticamente se arrancó la ropa, y luego se embutió en las prendas de cuero a duras penas. Llevó los dedos a los cordones del corsé para cerrarlo, pero estaban en la espalda y no los alcanzaba. Entonces se acordó de que no estaba sola. Miró de reojo a su lado y vio a Halazzi.
Por unos momentos se quedó quieta, solo mirándole.
Le habían peinado los largos cabellos con raya en medio, de modo que la melena color miel enmarcase sus facciones. Alrededor de los ojos habían dibujado puntos blancos, al estilo del maquillaje trol, y los habían delineado con pintura negra, acentuando aun más su forma rasgada y resaltando el intenso azul oscuro de sus ojos. Pigmento anaranjado y blanco en sus mejillas y nariz imitaban el pelaje y el hocico de un felino con bastante realismo. Varios collares de huesos y colmillos colgaban sobre su pecho desnudo, y no llevaba ninguna otra prenda mas que los pantalones de piel vuelta que aún estaba poniéndose. Por un instante, Cybill vio el atisbo fugaz de la compacta curva de sus nalgas, y antes de poder dirigir la mirada a otra parte menos embarazosa, o tal vez más, Halazzi terminó de subirse la ropa de un tirón y abrochó los cordones con fuerza. Agarró la capa de piel, se la echó por los hombros y la cerró con tanta soltura como si la hubiera llevado toda la vida. Por supuesto, la capa no era otra cosa que el pellejo completo de un felino pardo rojizo, cuyas zarpas estaban cosidas a modo de hombreras. En conjunto, el elfo había terminado luciendo el aspecto de una suerte de híbrido selvático, majestuoso y fantástico.
- ¿Puedes ayudarme? - dijo Cybill al fin, cuando terminó de admirarle.
Halazzi volvió el rostro, como si se sorprendiera de que le estuviera hablando a él. Ella, con las manos a la espalda para evitar que el corpiño desbordase, se dio la vuelta para mostrarle el problema, mirándole por encima del hombro. Al momento, los dedos cálidos y ásperos del gladiador se adueñaron de los cordones del corpiño y comenzaron a ajustarlo con una maestría y habilidad que arrancaron una risilla a la joven.
- Normalmente, a los hombres se les da mejor desvestir a las chicas que vestirlas - dijo, a media voz - ¿Eras sastre antes de ser gladiador?
Un fuerte tirón le hizo contener un gemido, luego sintió el nudo firme y apretado y los dedos desaparecieron de su espalda.
- Soldado. - Halazzi la tomó por los hombros con suavidad y miró alrededor antes de arrancarse uno de los collares que le habían colgado al cuello y ponérselo en la mano. Era un enorme colmillo. - Ve con mucho cuidado en la arena - añadió. El elfo gato le hablaba con tono severo - A los hombres no les gusta que una mujer les supere. Lo sienten como una humillación, así que serán previsores y querrán humillarte a ti desde el principio. No se lo permitas.
Cybill no pudo disimular su sorpresa ante las palabras y los gestos de Halazzi. Seguía manteniendo esa mirada distante y el aspecto de encontrarse perdido entre la realidad y alguna clase de sueño, como si realmente sólo su cuerpo se encontrase aquí y su mente parpadeara de cuando en cuando, iluminando los preciosos ojos azules. Y a pesar de ello, había cierta preocupación en el modo en el que le aconsejaba. No pudo evitar sentirse levemente conmovida.
Asintió y cerró los dedos sobre el colmillo. Con eso podría sacarle el ojo a alguien. Luego, impulsada por un fuerte sentimiento de gratitud y ternura, se subió al taburete y puso las manos sobre los hombros del elfo, se inclinó y le besó en los labios con fuerza.
- Alguien como tú no debería estar aquí - declaró, al separarse de él.
Halazzi no parecía demasiado afectado por el beso. Frunció el ceño con curiosidad, pero eso fue todo. Luego se dio la vuelta y dejó de mirarla.
- Ninguno deberíamos estar aquí.
En el foso de los gladiadores reinaba la agitación. Pequeños goblin verdes correteaban de acá para allá, abriendo las prisiones y sacando a los combatientes para prepararles. Tiraban de sus cadenas, les golpeaban con los garrotes si mostraban resistencia o realizaban movimientos peligrosos, les espetaban a gritos que se movieran. Las voces rápidas y chirriantes de los goblin combinaban a la perfección con el sonido de las puertas de las celdas, de bisagras duras y oxidadas.
- Tu, por aquí.
Cybill gruñó cuando tiraron de sus cadenas, separándola de su grupo. Buscó a sus compañeros con la vista. Tom el Grande la miraba de lejos con cierta expresión de preocupación, mientras los goblin la empujaban para que se abriera paso entre el personal. Los ojos azules y distantes de Halazzi, en cambio, estaban más cerca. A él también le estaban llevando a donde quiera que iban.
- Vamos, vamos. ¡Vamos!
Como siempre, había mucha prisa. Pero aquel día era especial. El espectáculo de la noche iba a contar con la asistencia de varios príncipes comerciantes, por lo que se habían organizado eventos más vistosos de lo habitual. Los sótanos de la Arena estaban invadidos por los médicos, los representantes, masajistas y afiladores, que revisaban tanto a los luchadores como las armas y los aparejos para que todo estuviera perfecto.
Después de atravesar las galerías de paredes blancas y ecos infinitos, Cybill se vio precipitada a través de una cortina roja al interior de un cuartucho de paredes encaladas en el que había dispuestos dos taburetes frente a dos mesitas llenas de vasijas y botes de cerámica. En un rincón, un baúl abierto vomitaba una enorme capa de piel anaranjada y un par de prendas negras que la joven no pudo identificar. Había velas y lámparas azuladas en abundancia, por lo que el pequeño recinto estaba sobradamente iluminado, en contraste con el resto del sótano.
- Sentaos - dijo una chica goblin que aguardaba en la habitación. Otra estaba disponiendo más frascos sobre la mesa.
Cybill obedeció, tras ser empujada por los garrotes de los truhanes. Colocó las muñecas encadenadas sobre el regazo, mirando con desconfianza a la criatura. El taburete a su izquierda crujió peligrosamente cuando el altísimo elfo hizo otro tanto.
- Bien - dijo la goblin que llevaba la voz cantante - Carolyne, ocúpate tú del orejas picudas. Yo me encargo de la tuerta.
Los guantes de goma repicaron al percutir sobre las manos de la goblin. Luego sonrió y se acercó a Cybill, que tragó saliva. Sin embargo, su miedo se disipó al instante cuando vio lo que estaban haciendo allí. El tacto frío del maquillaje sobre su rostro apenas le sorprendió. Cerró los ojos y dejó trabajar a la pielverde.
No les llevó mucho tiempo tener listos a los dos gladiadores. Cuando les indicaron que podían ponerse de pie, Cybill pensó en un espejo. Pero no había ninguno.
- Ya estáis preparados - dijo la tal Carolyne, limpiándose las manos en un trapo. - Dales los trajes.
La otra goblin sacó las prendas del baúl y dejó la capa de piel y otros ropajes peludos frente a Halazzi. A Cybill le arrojaron una suerte de corsé de cuero negro y un pantalón tan escuálido que más bien parecía ropa interior. Antes de que pudiera decir nada, sonaron las campanas y empezó a hacerse el silencio en el foso. En el exterior, resonó un cuerno penetrante. Cybill miró hacia arriba instintivamente. Las peleas estaban comenzando.
- Vámonos, Dilada - dijo Carolyne, saliendo del cuartito - vosotros, vestíos y estad preparados para Garbel. Sois las estrellas de su grupo.
- Y mucho cuidado con hacer alguna tontería - añadió la otra - Los truhanes van a quedarse en la puerta para vigilar que sois buenos chicos. ¡Hasta otra!
La cortina se agitó y Cybill emitió un suspiro hastiado, recogiendo el corsé del suelo.
- Esto es el colmo - farfulló a media voz - Además tengo que vestirme como una puta. Muy bien - añadió, con tono venenoso - entonces seré la más zorra. Si quieren espectáculo, se lo voy a dar.
Prácticamente se arrancó la ropa, y luego se embutió en las prendas de cuero a duras penas. Llevó los dedos a los cordones del corsé para cerrarlo, pero estaban en la espalda y no los alcanzaba. Entonces se acordó de que no estaba sola. Miró de reojo a su lado y vio a Halazzi.
Por unos momentos se quedó quieta, solo mirándole.
Le habían peinado los largos cabellos con raya en medio, de modo que la melena color miel enmarcase sus facciones. Alrededor de los ojos habían dibujado puntos blancos, al estilo del maquillaje trol, y los habían delineado con pintura negra, acentuando aun más su forma rasgada y resaltando el intenso azul oscuro de sus ojos. Pigmento anaranjado y blanco en sus mejillas y nariz imitaban el pelaje y el hocico de un felino con bastante realismo. Varios collares de huesos y colmillos colgaban sobre su pecho desnudo, y no llevaba ninguna otra prenda mas que los pantalones de piel vuelta que aún estaba poniéndose. Por un instante, Cybill vio el atisbo fugaz de la compacta curva de sus nalgas, y antes de poder dirigir la mirada a otra parte menos embarazosa, o tal vez más, Halazzi terminó de subirse la ropa de un tirón y abrochó los cordones con fuerza. Agarró la capa de piel, se la echó por los hombros y la cerró con tanta soltura como si la hubiera llevado toda la vida. Por supuesto, la capa no era otra cosa que el pellejo completo de un felino pardo rojizo, cuyas zarpas estaban cosidas a modo de hombreras. En conjunto, el elfo había terminado luciendo el aspecto de una suerte de híbrido selvático, majestuoso y fantástico.
- ¿Puedes ayudarme? - dijo Cybill al fin, cuando terminó de admirarle.
Halazzi volvió el rostro, como si se sorprendiera de que le estuviera hablando a él. Ella, con las manos a la espalda para evitar que el corpiño desbordase, se dio la vuelta para mostrarle el problema, mirándole por encima del hombro. Al momento, los dedos cálidos y ásperos del gladiador se adueñaron de los cordones del corpiño y comenzaron a ajustarlo con una maestría y habilidad que arrancaron una risilla a la joven.
- Normalmente, a los hombres se les da mejor desvestir a las chicas que vestirlas - dijo, a media voz - ¿Eras sastre antes de ser gladiador?
Un fuerte tirón le hizo contener un gemido, luego sintió el nudo firme y apretado y los dedos desaparecieron de su espalda.
- Soldado. - Halazzi la tomó por los hombros con suavidad y miró alrededor antes de arrancarse uno de los collares que le habían colgado al cuello y ponérselo en la mano. Era un enorme colmillo. - Ve con mucho cuidado en la arena - añadió. El elfo gato le hablaba con tono severo - A los hombres no les gusta que una mujer les supere. Lo sienten como una humillación, así que serán previsores y querrán humillarte a ti desde el principio. No se lo permitas.
Cybill no pudo disimular su sorpresa ante las palabras y los gestos de Halazzi. Seguía manteniendo esa mirada distante y el aspecto de encontrarse perdido entre la realidad y alguna clase de sueño, como si realmente sólo su cuerpo se encontrase aquí y su mente parpadeara de cuando en cuando, iluminando los preciosos ojos azules. Y a pesar de ello, había cierta preocupación en el modo en el que le aconsejaba. No pudo evitar sentirse levemente conmovida.
Asintió y cerró los dedos sobre el colmillo. Con eso podría sacarle el ojo a alguien. Luego, impulsada por un fuerte sentimiento de gratitud y ternura, se subió al taburete y puso las manos sobre los hombros del elfo, se inclinó y le besó en los labios con fuerza.
- Alguien como tú no debería estar aquí - declaró, al separarse de él.
Halazzi no parecía demasiado afectado por el beso. Frunció el ceño con curiosidad, pero eso fue todo. Luego se dio la vuelta y dejó de mirarla.
- Ninguno deberíamos estar aquí.
Isla de Quel’danas, año 68 a.a.P.O.
- Ninguno deberíamos estar aquí - susurró el quel'dorei, tirando de la manga de su compañero - Nos la vamos a cargar.
- Bueno, eso será si se enteran.
- ¡Bheril!
El joven Hojazul reprimió una risilla.
- ¡Bheril! ¡Bheril! - le imitó, en el mismo tono, muy bajo, de voz - Te escandalizas como un aya anciana. Venga, solo voy a echar un vistazo. Quiero ver si Alayne está ahí.
Iranion le miró con franco desdén, tal cara de asco que sólo le hubiera faltado escupir, para regocijo del chico más alto, a quien le encantaba chincharle.
- Esto es una estupidez - determinó al fin, volviendo la vista con aire altivo.
Caía la tarde en Quel'danas y las estrellas habían comenzado a enjoyar el firmamento color añil. Los dracohalcones volaban bajo, las patrullas aéreas cambiaban de ronda y el templo de la Fuente del Sol, con sus brillantes cúpulas doradas reflejando la luz rojiza del ocaso, ofrecía un espectáculo digno de ser contemplado. Y Bheril lo contemplaba y lo admiraba en silencio, mirando de reojo todas las maravillas que le rodeaban mientras trepaba a la valla del monasterio del Amanecer, ayudándose con una hiedra que ya había sufrido dos intentos anteriores y habría suplicado clemencia si pudiera hablar.
Iranion se había cruzado de brazos, apoyando la espalda en el muro, y miraba a su compañero con aire reprobatorio. No había dejado de refunfuñar en todo el camino y tampoco dejaba de hacerlo ahora, pero a Bheril le daba igual. Apuntaló bien los pies en los ladrillos y volvió a intentar la escalada.
- No pensaba que eras de los que desperdiciaban el poco tiempo libre que tenemos en cosas como esta - insistió Iranion, susurrando - Es una vulgaridad.
- A mi no me lo parece - respondió Bheril. Había conseguido ascender unos pasos más y las ramas de la enredadera se quejaban al doblarse bajo sus botas - Vigila por si vienen los centinelas.
- ¿Que vigile? - Iranion creía no haber oído bien. Sí, hombre, eso era lo que le faltaba.
- Iran, por favor - insistió Bheril, componiendo su mejor expresión de súplica.
Al joven Lamarth'dan debió conmoverle, porque resopló y volvió a poner cara de asco, pero se adelantó un poco hacia el camino para echar un vistazo.
Estaba prohibido merodear sin autorización por los alrededores del templo del Amanecer, pero realmente Bheril necesitaba ver a Alayne. Y necesitaba arrastrar a Iranion consigo, aunque no podía decirle el motivo. Por supuesto, y como siempre, el noble ya había sacado sus conclusiones, tal era su costumbre. Lamarth'dan siempre construía sus suposiciones sin molestarse en preguntar, y solía juzgar bastante mal a Bheril, pero a él aquello también le resultaba divertido. Sobre todo que su amigo descubriera que estaba equivocado.
- No viene nadie - susurró el elfo de cabellos blancos al regresar bajo la hiedra - Pero date prisa a lo que sea que has venido.
- No voy a espiar a las chicas, tranquilo.
- No, claro que no - repuso Iranion - Ahí subido, sin permiso y atisbando tras la valla no estás espiando, estás cantando una ópera.
Bheril se aguantó la risa y se concentró para seguir subiendo sin romperse la crisma.
Hacía ya dos meses que entrenaban juntos a diario, y aunque no habían empezado bien, finalmente habían desarrollado lo que Iranion había denominado "una relación cordial", pero que Bheril consideraba amistad. Cuando el joven de los ojos rojos entró en la dinámica del entrenamiento, todo comenzó a discurrir de manera natural. Pronto entablaron conversaciones con facilidad, y aunque Bheril siempre tenía la sensación de que para Iranion eso de contarle sus cosas a alguien era una experiencia totalmente nueva y a la que se enfrentaba con cierta inseguridad, supo alentarle y evitar que se sintiera amenazado por hacerlo.
Todo iba bastante bien, y Bheril se sorprendió encontrando en el joven Lamarth'dan un compañero con quien podía disfrutar de ciertas cosas que no tenía ocasión de compartir con nadie más. A ambos les gustaba leer, el arte y la música, y también la historia. Iranion tenía una formación muy amplia y un gusto exquisito, de los que Bheril supo extraer conocimientos nuevos. Realmente le podía considerar su mejor amigo en aquellos días.
Y como había hecho algo no hacía mucho tiempo que había ofendido a su mejor amigo de un modo espectacular, se encontraba allí, encaramado a una tapia de tres metros y medio de altura con objeto de repararlo.
- ¡Bheril!
Nada más llegar a la cima de la valla, la voz dulce de Alayne le saludó con una mezcla de temor y sorpresa. El chico ladeó el rostro, a horcajadas sobre el muro, y la saludó con la mano.
- Hola, Aly. ¿Has podido traerlo?
Alayne asintió. Estaba preciosa en su toga azul de novicia. Levantó el paquete envuelto y atado y lo lanzó hacia arriba con fuerza, sosteniendo el cabo de la cuerda. Bheril lo atrapó al vuelo.
- Gracias - sonrió él - La próxima vez que nos veamos te daré una flor.
- Siempre me das una flor - le reprochó Alayne, con una sonrisa.
- Entonces, dos. ¡Tengo que irme!
Se despidió de ella con la mano y aguardó hasta ver cómo desaparecía corriendo entre el jardín y los arcos del convento. Luego se giró hasta quedar sentado con las piernas colgando hacia la cara exterior y saltó, sujetándose sólo a un reborde de la enredadera.
Iranion se apartó con elegancia de su trayectoria de caída y le escrutó con severidad. Bheril se sacudió los pantalones del uniforme y le sonrió con gesto inocente.
- ¿Y bien? - preguntó el Lamarth'dan - ¿Para qué tanto misterio? ¿Para algo más que para visitar a tu novia?
Bheril soltó una risa demasiado alta y tuvo que taparse la boca. Los ojos de Iranion echaron fuego por un momento, y luego se puso en camino sin mirar atrás, a paso rápido y digno. Bheril le alcanzó enseguida y se situó a su lado.
- Es mi prima. Y esto es para ti.
Le tendió el paquete. Iranion lo miró con desconfianza y, finalmente, lo cogió y apartó el papel con cuidado. Al ver lo que contenía, se detuvo. Todavía no habían abandonado el jardín exterior del monasterio y aún era peligroso merodear por allí, pero Bheril no se quejó. Simplemente disfrutó del momento igual que había disfrutado de la cúpula dorada y del viento en el rostro.
- Tyrel el Negro y la joya de Marillion - leyó Iranion, bajando el tono. Luego miró a Bheril y asintió con dignidad, aunque en sus ojos había un brillo de emoción - Gracias. No era necesario.
Bheril sonrió.
- No hay de qué. ¿Te gusta?
El joven Lamarth'dan esbozó una sonrisa casi completa y asintió, mirándole con curiosidad.
- Si... me gusta mucho.
- Perfecto - dijo Bheril. Estaba realmente alegre, y quizá llevado por la emoción, no pensó demasiado. Simplemente se acercó, dando un paso con naturalidad, y volvió a hacer Lo Que a Iranion Molestaba Terriblemente.
Esta vez duró un poco más. Al instante, Bheril supo que Iranion se enfadaría de nuevo, así que decidió que ya que no había sido capaz de resistir la tentación, tendría que aprovecharlo al máximo. Cuando se volvió imposible prolongar la situación, se apartó y vio que Iranion había cerrado los ojos. Cuando los abrió, la furia iluminó sus pupilas con una llamarada rabiosa.
Bheril esperó pacientemente a que dijera algo, puesto que le correspondía a él hacerlo. Iranion se limitó, durante varios segundos, a observarle como si quisiera matarle con esa mirada, y después le estrelló el libro contra el pecho con desprecio. Bheril lo cogió.
- No vuelvas a dirigirme la palabra - susurró el Lamarth'dan, en un tono de dignidad herida.
Después se dio la vuelta y se dirigió de regreso hacia el cuartel, con el caminar de aquellos a quienes el mundo parece tener que pedir perdón por algo. Bheril se colocó el libro bajo el brazo y contempló su silueta alejándose, con los ojos muy brillantes. Se pasó la lengua por los labios y no pudo evitar sonreír.
- Segunda vez - se dijo a sí mismo.
Regresó al cuartel, meneando la cabeza y riendo de vez en cuando con suavidad, mientras se preguntaba cuántos días le duraría el enfado a Iranion en esta ocasión. Y cuándo y cómo tendría lugar la tercera.
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